jueves, 25 de diciembre de 2008

Jack Kerouac

Jack Kerouac (Lowell, Massachusetts 12 de marzo de 1922 - St. Petersburg, Florida 21 de octubre de 1969) novelista y poeta estadounidense. Integrante de la Generación Beat.

Biografía


Su nombre original era Jean-Louis Lebris de Kérouac, descendiente de canadienses francófonos. No aprendió a hablar inglés hasta los seis años.

Jack Kerouac pronto destacó como deportista practicando fútbol americano, ganando una beca para la Universidad de Columbia (Nueva York). Sin embargo, una lesión en su pierna y una discusión con su entrenador frustraron su carrera, por lo que se enroló en la marina mercante.

Escribía constantemente cuando estaba en tierra. Asentado en la ciudad de Nueva York, donde conoció a los otros miembros de la Generación Beat, como Allen Ginsberg, Neal Cassady y William S. Burroughs.

Pasó varios años tratando de encontrar un estilo propio, al que finalmente llamó prosa espontánea o "kickwriting". Cuando le preguntaban acerca de sus opiniones respecto de la escritura, no se esforzaba en hacer diferencias entre la prosa y la poesía. Sostenía que sus ideas se aplicaban tanto a uno como otro género, la espontaneidad como método traspasaba los límites de las formas de la escritura. Le gustaba decir que cuando estaba trabajando en una novela cada párrafo era un poema dentro de un extendido texto que flotaba en el mar de la lengua inglesa.

Su interés por las lecturas orientales y por el zen contribuyó mucho a que se empezaran a difundir en Occidente (véase, por ejemplo, su dedicatoria al poeta chino Hanshan en Vagabundos del Darma).

La fama acabó con el tímido alocado de Kerouac, que tenía la costumbre de presentarse borracho a las entrevistas para intentar superar el difícil trance de explicar la mística de las novelas que había escrito muchos años atrás y nadie se había atrevido a publicar.

Murió a los 47 años debido a un derrame interno, producto de una cirrosis. En su tumba se puede leer el siguiente epitafio "Ti-Jean, ha honrado la vida".

Le fue otorgado un doctorado póstumo por parte de la universidad de Masachusets.


William Burroughs

William Seward Burroughs (Saint Louis, 5 de febrero de 1914 - Kansas, 2 de agosto de 1997) fue un novelista, ensayista y crítico social estadounidense.

Burroughs nació en el seno de una familia acomodada. Su abuelo inventó una máquina de sumar que serviría para fundar la Burroughs Adding Machines, empresa que aún existe, aunque es más conocida como Burroughs. Terminó sus estudios en la Universidad de Harvard en 1936. Ya desde pequeño descubrió sus inclinaciones homosexuales y su pasión por las armas de fuego, que le acompañó toda su vida. Tras un periodo terriblemente autodestructivo durante los años cincuenta tras una primeriza incursión en la literatura pulp (es el caso de Yonqui), se dedicó a partir de los sesenta a escribir con bastante continuidad.

Mató a su mujer Jane de un disparo en la cabeza cuando trataba de emular a Guillermo Tell y falló el tiro, dándole entre los ojos en lugar de dar a la manzana.

Su obra tiene una importante carga autobiográfica, y en ella se plasma su adicción a diversas sustancias, como la heroína. La experimentación, el surrealismo y la sátira constituyen, además, algunos de los elementos más destacados de sus novelas.

Sus primeras publicaciones se engloban dentro de la Generación Beat, esto es, el grupo de intelectuales y artistas estadounidenses que definieron y dieron forma a la cultura tras la Segunda Guerra Mundial. No en vano, Burroughs mantuvo importantes contactos con escritores como Allen Ginsberg (del que se cree que fue amante), Gregory Corso, Jack Kerouac y Herbert Huncke. Pero la influencia de su literatura trascendió ampliamente este movimiento, dejándose sentir posteriormente en otras manifestaciones artísticas de tipo contracultural.

Ingresó en la «American Academy and Institute of Arts and Letters» en 1984.

Literatura

La obra de Burroughs comenzó siendo formalmente convencional aunque sus temáticas no lo eran. Es el caso de sus obras primerizas como Yonqui o Queer (Marica, que no fue publicada hasta 1985).

Posteriormente se entregó a la experimentación formal con mayor o menor éxito. Técnicas como el cut-up (que aprendió de su amigo Brion Gysin) consistente en collages narrativos o un esfuerzo denodado por destruir las normas sintácticas y semánticas sin perder el sentido de lo relatado. De esta época proceden Nova Express, La Máquina Blanda o El Almuerzo Desnudo.

No se debe considerar esta experimentación como algo sin objetivo. La peculiar filosofía de Burroughs, que en definitiva es la que ha dado trascendencia a su obra, es casi mesiánica.

Según Burroughs, el ser humano está alienado por el lenguaje. Considera que el lenguaje (y las normas gramaticales y sintácticas que le caracterizan) es un organismo parásito, un virus, que ha elegido nuestras mentes como hábitat. El lenguaje (y más aún la razón) aplasta nuestra naturaleza real y crea un universo para nosotros en el que existe el tiempo, la muerte y prácticamente todos nuestros males.

El problema se complica porque los seres humanos infectados no saben que lo están. Según su propia analogía, "la cárcel perfecta es aquella en la que no sabes que estás dentro de una cárcel". Para Burroughs el lenguaje es una cárcel perfecta porque parece increíblemente amplia y espaciosa. Sin embargo, el lenguaje sólo permite llegar a donde sus propias combinaciones y secuencias permite, dejando más allá el territorio real de la mente humana, que es el espacio y no el tiempo.

Para Burroughs, la auténtica revolución no es de índole social, sino mental. Deshacerse del virus lenguaje es el primer paso. La guerra contra este virus establece una continuidad en gran parte de su obra, donde los protagonistas (humanos, extraterrestres, seres inorgánicos, demonios) están claramente de un bando o de otro y se enfrentan violentamente, sin reglas de ningún tipo.

Los esfuerzos de este autor por trascender las reglas del lenguaje consiguen finalmente destruir esa tiranía inherente, de tal manera que Burroughs consigue expresar imágenes y mundos como nadie ha podido antes. No se puede afirmar, empero, que haya conseguido este objetivo desde el primer momento. Las obras anteriormente mencionadas en ocasiones rozan la ilegibilidad y exigen un esfuerzo considerable por parte del lector. No es sino hasta su madurez, con la trilogía Ciudades de la Noche Roja, El Lugar de los Caminos Muertos y Tierras del Occidente donde este autor consigue el equilibrio entre accesibilidad, experimentación y revolución.

En estos tres libros, auténticas obras maestras, la destrucción del lenguaje se lleva a cabo de manera tan sutil que en la práctica el lector no se da cuenta de que en realidad el texto está violando todas las reglas del lenguaje, logrando además que el texto se transforme en imágenes de modo fluido. Como ejemplo, esta cita de El Lugar de los Caminos Muertos.

"-Saca una foto de eso, es puro Venus, amigo mío... Y Urano, donde los uranianos se sientan en sus casas azules de pizarra en frío silencio azul... Kim quería explorarlos todos nuevos peligros nuevas armas, "mares peligrosos en desolados países de hadas" ansiaba drogas placeres desconocidos y una distante estrella llamada HOGAR."

Generacion Beat

Les dejo un Articulo bastante interesante de Elvio Gandolfo para Página12, el link del mismo es: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/libros/9-1212.html , altamente recomendable.

Los tres nombres fundadores de la Generación Beat se conocieron en Nueva York en pocos meses de 1944. Asistían o se movían alrededor de la Universidad de Columbia. El mayor era William Burroughs (nacido en 1914), el menor Allen Ginsberg (de 1926) y el hombre del medio, fundamental en muchos sentidos, Jack Kerouac (de 1922). Kerouac murió en 1969, a los 47 años. En cambio Burroughs y Ginsberg lo sobrevivieron largamente, hasta fallecer con pocos meses de diferencia en 1997. El tardío Gregory Corso se formó en cárceles y reformatorios, y vivió (a menudo en Europa) entre 1930 y 2001. El cuarto poeta de esta antología, Lawrence Ferlinghetti (de 1919), es hoy (2004) el gran sobreviviente del período.
En muchos aspectos no podían ser más distintos. El abuelo de Burroughs había inventado la famosa máquina de calcular que llevaba su apellido como marca, pero sus padres habían vendido casi todas las acciones y apenas le pasaban un estipendio de 200 dólares que le alcanzaba para cierto desahogo económico, comparado con Kerouac y Ginsberg. El padre de Ginsberg, Louis, era un poeta tradicional, que admiraba a Lionel Trilling y a Eliot; la madre, Naomi, enloqueció cuando su hijo tenía 10 años, estuvo internada con frecuencia y sufrió electroshocks y lobotomía (método usado con frecuencia en la época); cuando falleció, Ginsberg le escribió su mejor y más extenso poema: “Kaddish”. El conflictivo y genial Jack Kerouac venía de Lowell, Massachussets, de una familia de ascendencia franco-canadiense; el padre le pronosticó, antes de morir de cáncer, que jamás sería escritor; la madre, “Mémère”, estuvo siempre allí para recibirlo, detestó a la mayoría de sus amigos y le arruinó con su mera presencia (o ausencia) sus relaciones con otras mujeres (recuerda a la madre de Borges, aunque Jorge Luis logró sobrevivirla y vivir por fin su propia pasión afectiva). Corso prácticamente no conoció a sus padres. Algo parecido le pasó a Ferlinghetti, la cuarta figura poética clave. Para un movimiento que no editó revistas, ni plaquetas, ni panfletos impresos, la aparición de Lawrence Ferlinghetti, su librería y su editorial City Lights (cuando pasaron de Nueva York a San Francisco) fue más que providencial. Su obra es la más serena, aunque claramente “beat” por sus temas y su forma.

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William Burroughs era el mayor y el que proyectaba una esquiva figura paterna, de maestro. Su rostro exhibía una seriedad peculiar, semejante a la de Buster Keaton. Vestía ropa formal: traje con chaleco, corbata, buenos sombreros; lo confundían a veces con un banquero discreto o un agente de la CIA, o con la policía, aunque el biógrafo Herbert Huncke aclaró: “la cana nunca se parece tanto a la cana”. Con el paso del tiempo fue sin embargo el más experimental en el aspecto formal de su literatura.
La realidad entera parecía ser un campo de estudio para él. La consideraba “un esquema de observación más o menos constante” y encaraba incluso el consumo de la droga con la actitud de un científico, “por la inquietud de la investigación”, según Huncke. Se consideraba un hombre “sin contexto (...), quizá un tipo de homo non sapiens (...), completamente anónimo”. Mantenía una actitud distanciada respecto de Kerouac, Ginsberg y sus amigos, y cuando se alejaba del todo denominaba a esa actitud “la patada de Van Gogh”. De joven se cortó (tal vez como experiencia) el dedo meñique de la mano derecha: se lo llevó a su psicoanalista, que le recetó tratamiento psiquiátrico urgente. Como Kerouac, pensó en alistarse en la Marina Mercante, pero aparte de la vida de maleantes y drogadictos le interesaban sobre todo las armas. A pesar de esos elementos, solía ser el pie a tierra del entusiasmo a veces ingenuo de los jóvenes Kerouac o Ginsberg, quien le preguntó un día “¿Qué es el arte?”. Parsimonioso, Burroughs contestó: “Una palabra de cuatro letras”.
Tuvo una relación sexual y afectiva inconstante con Allen Ginsberg, que derivó hacia una prolongada amistad. Con su aspecto trajeado, sedentario, fue sin embargo un viajero pertinaz: a México, en busca del “yague”, a Tánger, que le cayó bien porque allí “tienes una sensación de fin del mundo”. Siempre parecía estar regresando (a Saint Louis, a Nueva York, donde vivió una buena cantidad de años finales) o yéndose. Las fotos lo muestran a menudo de espaldas, caminando con tenacidad, indistinguible. En Tánger cayó en una crisis casi terminal. Sus amigos lo visitaron, recogieron y pasaron a máquina en limpio los textos dispersos que terminarían por estructurar Almuerzo desnudo, un libro tan poderoso e inclasificable como Los cantos de Maldoror.
Después de Tánger buscó con ahínco abandonar la droga, y después de sus textos de la etapa del cutup o montaje (Nova express, El billete que explotó) sus libros tardíos se acercan al menos a novelas (Ciudades de la noche roja, El lugar de los caminos muertos, Tierras de Occidente). En la época en que el centro “beat” había pasado de Nueva York a San Francisco una revista le pidió una respuesta breve a la pregunta “¿Quién eres?”. Contestó: “Un tirador profesional y un estudiante de los códigos mayas”. No sólo no escribió poemas, sino que también cuesta definirlo como novelista: en muchos momentos su extrema lucidez lo acerca más bien a una fulgurante encarnación del ensayo.

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Cuando llegó a Columbia, Jack Kerouac era visto sobre todo como un resistente jugador de fútbol americano. Alguien de la época recordó que chocar con él en el juego era como darse contra una pared de ladrillos. Después de una breve experiencia marinera, pronto absorbió la división de la que solía hablar Hal Chase entre la intelectualizada novela europea y la robusta literatura americana: Melville, Theodore Dreiser y, sobre todo, Thomas Wolfe y sus viajes frenéticos cruzando América para entregar lo registrado en masas de palabras, que recortaba a niveles comprensibles su fiel editor. Desde esa juventud cargada de experiencia y riqueza hasta su muerte, la relación vida-literatura fue indestructible: según James Campbell ya entonces “quería que una novela real de Jack Kerouac se transformase en una imaginaria de Wolfe y Melville, para poder situarse en ella como personaje”. El contacto eléctrico y salvaje, la visión encarnada de lo que quería fue Neal Cassady. Ya de joven sentía un rechazo instintivo, radical y conservador por algunos aspectos concretos, que se acentuaría en la madurez, y le sería enrostrado por los medios, que se hacían su propia imagen (por lo común errónea) de lo que era “beat” y lo trataban de racista o reaccionario.
Tenía una memoria prodigiosa sobre su infancia y la capacidad necesaria para recrearla literariamente. Lo descubrió en El pueblo y la ciudad, una novela inicial covencional, que no pronosticaba el sacudón de En el camino y su larga secuela múltiple (Los subterráneos, Los vagabundos del Dharma, y otras) a tal punto unitaria que como en pocos otros casos puede hablarse de un solo libro. Otros poetas o creadores lo admiraban por su velocidad para mecanografiar: cuando murió tempranamente dejó resmas enteras de diarios, cartas y apuntes sobre sus búsquedas con el budismo (400 páginas tituladas Algo del Dharma, publicadas recién en los años ‘90). Cuando se unen los distintos y extensos fragmentos, se descubre una unidad de propósito y una claridad teórica notables, y una temperatura literaria que lo convierte en un nombre crucial de la literatura estadounidense de la segunda mitad del siglo XX. Tenía además una capacidad admirable para crear pequeños “haikus”: Ginsberg lo consideraba la prueba máxima para un poeta.
Aunque nunca fue un bestseller con aguante de permanencia en la famosa lista del New York Times, la proyección de En el camino fue increíble e inmediata, y destruyó buena parte de la delicada maquinaria con que Kerouac se comunicaba con el mundo. En 1967 un grupo del Paris Review fue a entrevistarlo. En la introducción se advierte el conocimiento que tenían de los problemas de Kerouac (la bebida, el aislamiento), y cierta actitud condescendiente. Sin embargo la entrevista avanza y Kerouac se da el gusto de tomarles el pelo y expresa con claridad sus teorías formales, o su odio hacia los editores que arruinaban la espontaneidad con la camisa de fuerza de la puntuación standard (“Malcolm Cowley hizo infinitas revisiones e insertó miles de comas innecesarias como, digamos, Cheyenne, Wyoming –¡por qué no decir simplemente Cheyenne Wyoming!”–). Expresó su admiración por Céline y Genet, su opinión de que hasta entonces Burroughs no había escrito nada a la altura de Almuerzo desnudo y su necesidad de escapar de la fama: “No voy a pasar el resto de mi vida sonriendo y estrechando manos y enviando y recibiendo perogrulladas, como un candidato a funcionario político, porque yo soy escritor... mi mente tiene que estar sola, como la de Greta Garbo”.
Dejó docenas de fotografías de sí mismo, con una apostura contundente, frontal, y un toque de vulnerabilidad: los rasgos que marcarían la imagen de una época que abarcaría desde James Dean hasta fines de los ‘60.

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En sus comienzos, Allen Ginsberg deseaba ser un poeta dentro del molde tradicional que le agradaba a su padre y seguía las instrucciones del entonces influyente Lionel Trilling, uno de sus profesores. Vivía atormentado por el miedo a la locura que había visto en su madre, y con el deseo de llevar una vida normal, casarse con una mujer y tener hijos.
Un choque crucial fue la visión entre mística y salvaje que le provocó la lectura de un texto de William Blake. Internado, conoció a Carl Solomon, pero, como apunta James Campbell, “su viaje empezó en la locura y acabó en la felicidad”. Pensaba que mediante largos tratamientos psicoanalíticos podría curarse de sus tendencias homosexuales cada vez más claras (para él mismo y para sus amigos). Solía abrumar a Burroughs con sus dudas: “Me siento culpable e inferior porque mi grado de mariconería es mayor de lo que permite la intelectualización”. En la universidad, los estudiantes miraban como un bicho raro a aquel judío al que solían acompañar evidentes marginados, que parecía no apreciar la beca con que contaba; sabían que tenía una madre loca y que él mismo apuntaba en la misma dirección. El impasible Burroughs le hablaba contra la “pandilla liberal llorona” en la que incluía a su padre, Carl van Doren y Trilling. La figura clave para resolver los dilemas que lo atormentaban (“por las tardes se veía con chicas, pero por las noches soñaba con chicos”, apuntó Campbell) fue el psiquiatra Philip Hicks, que le preguntó qué quería hacer en realidad. Reconoció que deseaba vivir con Peter Orlovsky, dejar su trabajo en publicidad y escribir poesía. “¿Por qué no lo haces?”, fue la pregunta liberadora.
A partir de allí los trozos en conflicto comenzaron a combinarse y potenciarse. Su capacidad torrencial, agotadora para hablar de sus problemas o de los libros que leía fueron cuajando en el lenguaje repetitivo, de versos muy largos, que alcanzaría su expresión máxima en “Aullido”, “El sutra del girasol” o “Kaddish”. La habilidad para situarse en entornos distintos y captar en seguida cómo moverse en ellos (utilizando en algunos de sus empleos anteriores) fue útil por momentos para los demás “beats”, y erróneo en otros. La culpa abrumadora se convirtió en la necesidad de expresar lo oculto, aquello de lo que solía hablarse en una conversación pero nunca escribirse, en especial los aspectos sexuales. El traslado a San Francisco y el apoyo inicial del poeta Kenneth Rexroth al grupo llevaron a la lectura histórica de “Aullido”, en un recital colectivo, y al reconocimiento que su padre Louis hizo de su camino personal después de años de resistencia, aunque nunca dejó de aconsejarle que se alejara de gente como Neal Cassady.
La producción de poesía de Ginsberg fue siempre torrencial, pero después de los primeros años ‘60, de visitar Cuba y Checoslovaquia y provocar la expulsión con su conducta, se fue encauzando en un ruido de superficie o una intención confesional, exhibicionista o aconsejadora, que pocas veces rozó la profundidad de la segunda mitad de los años ‘50, heredera en cambio de los extáticos ritmos religiosos o la democracia formal extrema de Whitman. Del joven de grandes anteojos y un poco asustado, su imagen pasó poco a poco a la madurez calva, la barba y (después de su contacto con India) las túnicas y sandalias que compondrían una figura muy reconocible en los medios. Su absorción y cruce increíble de planos y saberes se expresó sobre todo en los reportajes extensos, termómetros exactos de momentos determinados y su posición ante ellos. En el momento máximo de fama, 1965, reconoció que Kerouac había sido una de las mayores influencias en su obra: “Tenía tanto entusiasmo por la prosa, por la escritura, por el lirismo, por el honor de la escritura... todos los deleites Thomas-wolfianos de eso” y citó a Whitman: “No conozco grasa más dulce que la que está pegada a mis huesos”, para referirse a la autoconfianza de quien “sabe que verdaderamente está vivo, y que su existencia es un tema tan bueno como cualquier otro”.

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De Gregory Corso y Lawrence Ferlin- ghetti suele hablarse mucho menos. No sólo no estaban en los años iniciales sino que ambos tienen perfiles más definidos, menos neuróticos y conflictivos. Corso pasó una infancia, adolescencia y juventud complejas, sin padres a la vista, entrando y saliendo de reformatorios y cárceles. Pero el resto siempre lo reconoció como el más claramente “poeta” en cuanto a la definición de su figura, entre picaresca y realmente riesgosa, y sin ningún pelo en la lengua para marcar la progresiva aceptación de ciertas prebendas por parte de sus “mayores”: en un poema echa en cara a Ginsberg y Ferlinghetti sus agentes literarios, aunque siempre en un tono de amigo revoltoso con el que se puede contar. Admirador ferviente de Kerouac, le birló su amante negra (proceso registrado en Los subterráneos) y cuando falleció le escribió la muy extensa elegía “Sentimientos elegíacos americanos”, donde lo ubica en el contexto de América (Estados Unidos) y el derrumbe de la naturaleza y la democracia. Estuvo en Europa mucho más que sus compañeros (que solían recorrerla con el estruendo y la velocidad de una pandilla escandalosa), admiró a algunos poetas franceses, y recorrió los bares, hoteles y cafés de París como alguien que goza proyectando su figura un poco rufianesca. Dueño de un rostro franco, sonriente, que parece estar gozando por anticipado del próximo problema, y de una abundante y explosiva cabellera, la inmortalizó en “Pelo”.
Lawrence Ferlinghetti era el dueño de la librería y la editorial City Lights, que recibió el “Aullido” de Ginsberg, y que enfrentó con tranquilidad el proceso que quería retirar el libro de circulación (sabiendo muy bien que era un espaldarazo para el texto y su sello). Alto y delgado, al fin se dejó la barba como el resto de sus amigos. Tenía un contacto con Europa más profundo que el resto del grupo “beat”, a través de una vida infantil y de primera adolescencia en Francia. Traductor paciente de poetas de distintas lenguas, su obra incluye recordados poemas “movidos” (las líneas se van corriendo sobre la página) como “El mundo es un hermoso lugar...”, o “En las mejores escenas de Goya nos parece ver...” También poemas largos como en Ginsberg o Corso (“Autobiografía”, “Superpoblación”). En Corso y Ferlinghetti el tono es menos melodramático y conflictivo. De ascendencia italiana ambos, esa calma proviene en buena medida del reconocimiento frontal y aceptado, incluso fatalista, de la muerte en vez de describir las torturas muy anglosajonas de Kerouac y Ginsberg. Son menos secretamente moralistas, más dispuestos al hedonismo de lo simple y cotidiano disfrutado al máximo, mientras no llegue la brusca guadaña de la Parca.

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El contacto entre estos poetas fue constante y para nada dedicado a la alabanza mutua. La admiración por los logros siempre iba acompañada por la lucidez, a partir de determinados valores o gustos personales. Ferlinghetti no aceptaba presiones para publicar “lo prohibido” (como pasó con Almuerzo desnudo, que no le interesó). Al principio Ginsberg criticó hasta el exceso los originales del “leñador canadiense” Kerouac, que más de una vez estuvo a punto de trompearlo. El propio Kerouac no podía entender para qué Burroughs perdía el tiempo con los inextricables caminos vanguardistas del cutup. Cada uno de ellos no sólo dejó registrada su visión del mundo y su propia vida en su obra, con el perfil esquivo de lo literario, totalmente alejado de la maquinaria simplificadora de los medios. Esos medios registraron en cambio con rapidez la conversión del fenómeno “beat” en una moda, lo compararon con el existencialismo francés (ropas oscuras, pelo largo, lugares bohemios de reunión) e insistieron en buscar los detalles que justificaran la idea de Kerouac como el brillante autor de apenas En el camino, después empantanado en el fracaso, visión tan equivocada como la que se aplicó a Fitzgerald antes o a Orson Welles después.
Como Burroughs o Kerouac, toda la poesía “beat” suele irse y volver, una y otra vez. No es necesario ser taoísta para percibir la sístole y diástole del campo cultural, literario, poético y social, histórico. Por su alto juego con los temas de una hipotética “poesía civil”, el momento parece hoy especialmente apto para volver. No sólo en Estados Unidos hay un regreso de las actitudes rígidas, del ánimo simplificador y además bélico. De modo consecuente, retornan los sueños de felicidad conformista, esta vez consumista, que caracterizaron a los ‘50 pero que ahora suelen convertirse en pesadillas no muy disimuladamente autoritarias. Como un martillo, el terrorismo golpea una y otra vez.
Además de su peso específico poético, del otro lado están los poetas “beat”

Beat

La filosofía beat era básicamente contracultural, antimaterialista, anticapitalista y antiautoritaria, que remarcaba la importancia de mejorar la interioridad de cada uno más allá de las posesiones materiales. Otorgaron una gran importancia a la libertad sexual y a las drogas. Algunos escritores beat se acercaron a las religiones orientales como el budismo y el taoismo. En política tendían a ser demócratas o socialdemócratas de centro izquierda (llamados "liberals" en EEUU), apoyando causas como las luchas antirracistas de esos años, aunque algunos de sus integrantes como William Burroughs, adhirieron a ideas paleoconservadoras. En el arte adoptaron una actitud abierta hacia la cultura afro-norteamericana, algo que resultó muy notable en el jazz y el rock and roll, aunque la Generación beat manifestó una abierta preferencia por el jazz moderno y un cierto desprecio por el rock and roll.

Más info: http://es.wikipedia.org/wiki/Beatnik

Antonio Escohotado

Antonio Escohotado Espinosa (Madrid, 1941) es un destacado ensayista y profesor universitario cuyos trabajos se han dirigido principalmente a los campos del derecho, la filosofía y la sociología, y que ha obtenido notoriedad pública debido a sus investigaciones acerca de las drogas.

Biografía

Nacido en Madrid, pasó los primeros diez años de su vida en Río de Janeiro, donde su padre era agregado de prensa de la embajada española. Tras esa estancia en el extranjero, pasó "del trópico pagano al nacionalcatolicismo mesetario de nuestros años 50".[1] Ya en Madrid, inició estudios de Derecho y de Filosofía, terminando solamente la carrera de Leyes y doctorándose con una tesis sobre Hegel, posteriormente editada con el título de La conciencia infeliz. Ensayo sobre la filosofía hegeliana de la religión por la Revista de Occidente. Ese sería su segundo libro, tras Marcuse: utopía y razón (1969). En 1970 abandona su puesto en el Instituto de Crédito Oficial, donde trabajaba, y pasa a residir en Ibiza donde se dedica al estudio y la traducción hasta 1983, año en que ingresa en el penal de Cuenca por posesión de cocaína, en lo que él siempre ha denunciado como una trampa inducida por la policía. Continúa trabajando en prisión, donde comienza a redactar su obra magna: Historia General de las Drogas, (1989-1999). Tras su estancia en la cárcel se incorpora a la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) donde trabaja desde entonces, habiendo sido profesor de Derecho, de Filosofía, de Sociología y en la actualidad de Filosofía y metodología de la Ciencia.

Trayectoria intelectual

Además de la actividad docente, el trabajo de Antonio Escohotado se ha centrado principalmente en la traducción, el ensayo y la investigación. Como traductor, ha vertido al castellano a Hobbes, a Newton y a Jefferson, y ha divulgado la obra de Thomas Szasz y Ernst Jünger. Como pensador y ensayista, ha tocado una enorme variedad de campos. Como filósofo, es especialista en Aristóteles, filosofía presocrática y Filosofía de la ciencia (Caos y orden, 1999). Ha escrito también, entre otras muchas cuestiones, sobre sociología del poder político (Majestades, crímenes y víctimas, 1987) y pensamiento económico (Sesenta semanas en el trópico, 2003). Su perspectiva es interdisciplinar, y combina una gran diversidad de saberes e intereses desde una posición humanística. Políticamente es un pensador singular en el panorama español, y no siempre bien comprendido ya que no se inscribe en el tradicional eje izquierda/derecha, sino que se centra en la cuestión libertad/autoritarismo. Se define como liberal clásico, heredero por tanto de Hume, Adam Smith, John Stuart Mill y Jefferson, rechazando el utopismo y el autoritarismo desde posiciones pragmáticas y racionalistas. Ha colaborado con asiduidad en publicaciones periódicas, fundamentalmente en El País y El Mundo.

La cuestión de las drogas

Pese a haber explorado multitud de campos del saber, Antonio Escohotado es conocido fuera del ámbito académico por su postura favorable a la despenalización de las drogas y por sus obras relacionadas con ese tema, entre las que destaca muy especialmente su monumental Historia General de las Drogas (1ª ed., 1983), que con más de 1500 páginas, quince ediciones (en 2006) y traducciones parciales o totales al inglés, francés, italiano, portugués, búlgaro y checo, es tal vez el mejor tratado sobre el género escrito hasta el momento en cualquier idioma, logrando un equilibrio notable entre erudición y divulgación. La obra contempla un recorrido multidisciplinar sobre la ebriedad, abordando aspectos históricos, culturales, mitológicos, antropológicos, sociológicos, políticos, químicos y médicos. Incluye un apéndice (anteriormente publicado por separado: El libro de los venenos, 1990, y Para una fenomenología de las drogas, 1992), que resulta un manual de uso y consumo de diferentes tipos de drogas, que el autor ha probado personalmente. El objetivo es analizar el uso de las drogas a lo largo de la historia:

Para lo sucesivo, a las conjeturas y futuribles en boga –qué pasaría si tal o cual droga cambiase de régimen- mi trabajo iba a aportar un listado muy amplio de ejemplos sobre qué pasó y cuándo, pues prácticamente ningún psicofármaco ha dejado de evocar tanto una consideración de panacea como el de pócima infernal, dependiendo de factores colaterales.



A lo largo de libros, entrevistas y artículos Escohotado ha desarrollado todo una teoría crítica sobre lo que denomina una moderna cruzada contra la droga y propone un modelo de consumo responsable e informado, la sobria ebriedad. Propone la despenalización de las drogas desde una perspectiva libertaria, muy influido por el liberalismo de Thomas Szasz o de Milton Friedman: no tanto la legalización como la derogación de la prohibición, pues es ésta la que, a su juicio, genera la adulteración, el envenenamiento, el narcotráfico, el control del individuo y el caos farmacológico:

El prohibicionismo en materia de drogas es -cada vez más- un remedio que agrava el mal en lugar de evitarlo; su vigencia sostiene imperios criminales, corrupción, envenenamiento con sucedáneos y meros venenos, hipocresía, marginación, falsa conciencia, suspensión de las garantías inherentes a un Estado de Derecho, histeria de masas, sistemática desinformación y -cómo no- un mercado negro en perpetuo crecimiento.


Denuncia que la regulación, y no la desregulación, es la causa del problema, y que los ejemplos históricos, como la ley seca en Estados Unidos, o las diferentes prohibiciones anteriores y posteriores de todo tipo de sustancias, deben servir como un aviso para el presente:

La sustancia no prohibida está regulada, como es el caso del alcohol etílico. Ahora bien, cuando se prohíbe, se generan casos como el periodo de la ley seca en Estados Unidos, que provocó que se distribuyese alcohol metílico, causante de miles de muertes y casos de ceguera. La diferencia no estriba en que una sustancia sea o no asequible. Una sustancia prohibida como la marihuana o el hachís nunca deja de ser asequible para la masa de consumidores.

Defiende por tanto las drogas como un camino hacia el autodescubrimiento, la maduración, el diálogo o la simple recreación:

Las drogas lo que hacen es inducir modificaciones químicas que también pueden inducir la soledad, el silencio, la abstinencia, el dolor, el miedo. Químicamente no se puede distinguir a una persona bajo los efectos de una droga, que bajo los efectos del yoga por ejemplo. Químicamente no somos más que un conjunto de reacciones. Lo que pasa es que la sociedad, te dice que, aunque químicamente seas igual, ese ha llegado por el camino bueno y ese por la vía de atrás.

Profundizar en la regla del conocerte a ti mismo, que sigue el principio socrático, el principio de la ética. Es el rito de maduración de las sociedades occidentales avanzadas a principios del siglo XXI. En la práctica se ve si el ser tiene buen o mal gusto, si se controla o no se controla; si debajo de su aparente educación esconde un monstruo autoritario, rencoroso o deprimido, o si por el contrario, tiene –como diría Freud– un "ello" (es decir, un inconsciente) sano y capaz de disfrutar. Las drogas brindan a la condición humana más control, más capacidad de enfrentarse a los desafíos de la vida. Cuando llega la prohibición, también llega la coartada victimista que permite a las personas decir esa gran falsedad: "Ay, yo no quería pero sin darme cuenta me hice esclavo y ahora soy una pobre piltrafa humana. Me permito robar a mis conciudadanos y no cumplir mi palabra"

Por último, denuncia también lo que considera una campaña demonizadora contra las sustancias psicoactivas que nace a mediados del siglo XX:

[''...La imagen peligrosa de la droga''] es una profecía auto-cumplida del inquisidor farmacológico. Hasta la prohibición, que empieza en Estados Unidos a principios del siglo XX, no existía prácticamente el concepto de víctima involuntaria de las drogas. A partir de la prohibición en la que metieron a miles de médicos y farmacéuticas a la cárcel por que no querían plegarse a las órdenes del Ejecutivo, se crean unas personas que viven de esa coartada. Ahora las drogas te dan coartada para no hacer nada en lo absoluto, para ser una mierda con tu familia, con tus amigos y con los demás. Eres un farsante, eres un iluso, pero quien te ha dado los argumentos y las bases para comportarte así ha sido el que ha prohibido las drogas y les puso la consigna de engendros demoníacos.

Para defender esta crítica al prohibicionismo, Antonio Escohotado ha participado en numerosos actos públicos y programas de televisión de diferentes países que le han otorgado una notable repercusión pública.